Ha sido tan rara esta tarde. Tú viniste ilusionada mientras yo resoplaba. Cansado y hastiado. Te sentía tan lejos… Mi mente no paraba de rumiar que no volveríamos a aproximarnos a aquello. Pequeña ilusión irrisoria de confianza plena y entrega que siento ahora, más que nunca, que nunca llegará.
Los suspiros no traen nada bueno, la conversación se traba y es el silencio quién me oprime contra el asiento del coche. Me siento un extraño, extralimito mi cuerpo, me escapo y observo desde fuera de él esta situación. Tengo tiempo para todo, todo el tiempo del mundo, se eterniza cada segundo y tu mirada me incomoda al colisionar contra mis ojos.
Llego a mi casa y me siento tan sucio. Voy a llamarla, solo una prueba.
Marco su número, lo siento, ardo por dentro, me invade un infierno, necesito tantear. ¡Seré guarro! Me encuentro fatal, me dan náuseas, pero no irrumpe en mí en ningún instante la idea de no hacerlo. Se descarga la adrenalina en el momento que ella coge el teléfono. Son tres palabras, una risa y la tendré en mi casa arrancándome la camisa.
Tan frescos sus labios, su cuerpo, suave. ¿Te parece injusto? A mí también, y tienes razón. El tuyo también lo es. Pero ahora está ella y jadea y me hace sentir tan vivo. Solo necesitaba eso.
Lo siento.
Intento dormir y no puedo. Lo siento. Solo lo pienso, pero no lo siento. Volvería a hacerlo, porque quería hacerlo, porque necesitaba hacerlo, moría por dentro, me hacía falta ese momento.
Y no duermo, pero mañana será otro día. Con suerte, haré como el que soñó con que una noche se confundió.
Tú seguirás haciéndome reír y cuando la desazón por mi error esté tan enraizada y me consuma y atrape, hasta el punto que no lo pueda soportar y quiera salir de mí, de mi cuerpo y correr, en la noche o bajo la lluvia, lejos y empezar de cero... Ese día, sentirás que tienes la culpa de que todo esto no funcione.
Guardaré en un cajón mi falta, la encerraré bien oscura en la esquina peor iluminada de mi alma condenada. Muerte perpetua del corazón y vida desarraigada, de mí mismo.