. . . y los habrá peores.

domingo, 27 de abril de 2014

MVD

- A RITMO DE TAPE -

La  ciudad carbonizada no paraba ahora de brindarme todos esos taxis rojos de libertad que antes me había ocultado junto a ella y su ukelele.

Una señora está a punto de regar mis bambas marrones con un mar de espuma de Marsella.
Voy divagando infinitamente distraído.
Coloco mis pies en la arena sin prestar atención a las mareas de Montevideo.

Giré por Lavalleja para evitar a aquellos que se paran en la esquina con Colonia a pedir unas monedas que no tengo.

Son las seis y media de la mañana y voy andando por la noche uruguaya, con un chándal gris que ni siquiera reconozco como mío.
Los reflejos de los escaparates me preguntan quién soy mientras bostezan esperando los primeros claros del 21 de abril.

De vuelta de la vuelta de treinta horas desde el paraíso de Lagoa, ya no sé si es que estoy soñando despierto, soñando dormido o viviendo un sueño.

Entre las sombras nocturnas se asoman todos esos edificios de piedra de hojalata cansados de Montevideo.
Iluminados por el amarillo de las farolas que inunda todo.
Brinda forma humana a los que aún no se durmieron, o empezaron ya hace tiempo su día sin luz.

La noche montevideana siempre llena de gente.
Gente por cada esquina, sin importar la hora que sea.
Se cuelan como rayos de sol entre las rendijas de esa gran persiana que es 18 de Julio.
Gente barriendo las calles, andando con su mate y su termo bajo el mismo brazo... en moto, en coche, en taxi, en bondi.
Todo se llena de gente.

En mitad de la tormenta sinfónica de los motores de aquellos que iniciaron la jornada, llego a la esquina con Uruguay.

Suena el tintineo de unas llaves que abren de par en par el portal que enamora y hechiza a todos aquellos que se aventuran a traspasarlo.

Mis pequeños amigos, zumbantes y sanguinarios.
Se comportan como si me hubieran echado de menos durante mi pequeña incursión más allá de la frontera.
Allá donde Chuy se escribe Chuí.
Revolotean.
Se encargan de hacer al menos de esta fantasía algo más real, recordándome que sus mordidas siguen picando.

Ahora todo es azul y amarillo, según a qué nivel esté colocada la bombilla.

Cafeteras hirviendo, duchas dejando caer violentamente el agua en el silencio noctámbulo... solo se rompe con el eco de las conversaciones que retumban en los grecorianos muros del pasillo.

Subo los tres pisos hasta mi cama, buscando no enfrentarme con el gato de la vecina en algún recodo de esta pesada escalera, sin saber si podré llegar, algún día, a demostrarme que todo esto no ha sido más que un bonito sueño.

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