. . . y los habrá peores.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Naranjas que son cebollas

La ciencia avanza, a mejor o peor es cuestión opinable, “quién sabe a dónde vamos a llegar” diría cualquier anciano preocupado por el devenir del mundo. No resultaría extraño si un día nos dicen que en cualquier invernadero, de los que cubren la tierra creando mares de plata como el de Almería, han creado una nueva fruta: “La naranja-cebolla”.

Pues veréis, os confío el secreto: he encontrado una de esas en mi casa.

Iba a probar el nuevo exprimidor, supongo que será de IKEA como todo lo que se compra últimamente en mi casa, que en vista de las futuras elecciones no está del todo mal cuando tenga que emigrar a Suecia, ya sea por Erasmus o porque este país tan nuestro de toros, azahar y paella se haya ido definitivamente a la mierda.

En lo que estaba, probando el exprimidor desconocía la capacidad de estas nuevas frutas para evocar recuerdos. Y os cuento, como un PowerPoint de los programas de cocina:

- Coge unas naranjas (tantas como zumo desees).
- Córtalas por la mitad con un cuchillo.
- Enchufa el exprimidor.

Hasta ahí todo se puede parecer al procedimiento con el que se tratan las naranjas normales.

Pero en el momento de hacer girar el exprimidor, es como exprimir cebollas, cebollas que citan lágrimas y agitan  recuerdos. Vinieron de momento, más intensos y reales que una visión con LSD.

Cualquier mañana durante el curso, unos 10 años atrás, con el uniforme verde de algodón o de la tela que sean los polos del colegio, del mismo que contó mis entradas y salidas durante 14 años, los pantalones, cortos o largos, color azul marino apoyados en una silla de mi cocina con el hilo musical del motor de una máquina mucho más antigua que las creadas en macrotiendas suecas, esperando con el tazón de cereales delante (al que nunca he llamado de cereales sino “de crispis”) y sus manos de toda una vida agotando cada gajo, cada gota de jugo, para llenar un vaso, como cada mañana.

Extractos de naranja que se toman al momento “para no perder sus propiedades”, si vives con una persona de 80 años lo sabes. Igual que la insistencia con la que hay que ponerse el chaquetón cada mañana, aunque el fuego sevillano diga lo contrario.

La esencia de una fruta y de repente estaba allí. Donde siempre estuvo, en su cocina, en mi cocina, conmigo midiendo la mitad cuando aun miraba hacia arriba para encontrar sus ojos, su pelo canoso, su alma plena de energía incansable, madrugones a las 6 de la mañana para hacer de comer y poner en funcionamiento una casa entera.

El zumo estaba delicioso. Tamizado con cariño para evitar la pulpa, como cada mañana, como un ritual, como rutina de un vínculo que permite que hoy, sin importar la hora que sea, la edad o la talla que tenga y de que haga unos meses desde que te fuiste, vuelvas a estar conmigo durante este eterno instante.

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