Necesito oxigenar cada poro de mi cuerpo con tu música y dibujos sobre un papel.
Y el bendito trazo y las lágrimas de pintura que bajan por la triste pared y se mezclan los colores.
Y me siento Picasso y me veo tocando el cielo solo y libre por dentro; de todo lo que me rodea, ni me acuerdo.
Me evado y me pongo a seguir la melodía con mis manos pulsando, agitando el bote e impregnándose de motas de pintura de aerosol mis manos y dando alas a mi mente sin importar el resultado, sonrío.
Y el sol baja poco a poco y busco una sudadera y me remango para no ponerlo todo perdido y continuaría aquí hasta que viniera alguien a sacarme y darme de comer y recordarme que la vida es mucho más que disfrutar. Bendita puta vida.
. . . y los habrá peores.
jueves, 26 de enero de 2012
domingo, 15 de enero de 2012
Lejos
Desperté. Destapado y sin sábanas, con las manos entumecidas por el frío. Hace tiempo que no pega el sol por aquí y las paredes, húmedas, ahogan el poco espacio que queda en mi cubículo. Me asomé a la ventana. La gente pasea ahí fuera, felices, el viento les pega en la cara. La gente se acostumbró a la sombra y continúan con sus vidas. Gente que se acostumbró a todo incluso cuando a lo que llaman vida ya no es vida. Y sonríen. Pongo la mano en mi pecho y aún late, es importante saber que sigue funcionando. Los miro de nuevo y veo que se mueven entre sombras, pero no sé si tienen alma. Desconozco si se preocupan por tenerla o solo quieren acabar con todo esto igual que lo empezaron. Sin ser partícipes de nada, sin tomar ni una de sus decisiones. Espontánea coincidencia genética que dio origen a innumerables anónimos colisionando como átomos. Atomizadas, sus sendas independientes que entran en conflicto en cada bifurcación.
¿Te sugiere esa mirada una búsqueda de algo?¿Acaso inquietud?¿Un deseo de mejora? Ojos rasgados con marcas de complacencia ante la insuficiencia latente de unas creencias y valores que son inexistentes. Y se dejan ganar terreno y pasan los días. Y yo no me atrevo a salir por miedo a contagiarme, y contentarme con esa alegría. Ironía, cuando todo lo que quiero es ser como ellos y no me atrevo. Porque los juzgo desde arriba sintiéndome más verdadero. Cuando anhelo entrar en contacto, sentir la brisa y llenar de aire puro mis pulmones. Y no me atrevo, y me da miedo. No los entiendo y me confundo pensando que quizás ahí abajo haya alguno que sea auténtico. Me asaltan dudas, quizás sea el hambre, e intento echar mano de unos víveres que se volatilizan. ¿Sobreviviré o seré ceniza? Echa las cortinas que no pueda ver nada y baja las persianas hasta que pase el día. No quedará mañana y temo la soledad, pero aún más la compañía.
¿No es cierto ángel de amor, que todo es una gran mentira, y aún participando de ella, no nos sentimos peor?
¿No es cierto ángel de amor, que todo es una gran mentira, y aún participando de ella, no nos sentimos peor?
viernes, 6 de enero de 2012
Yo no juego más.
¿Sabes? como esas veces, cuando vas conduciendo y coges más y más velocidad adelantando a uno y a otro al ritmo de una música que te invade y te posee, tomando riesgos innecesarios. Así me ocurre contigo.
Porque dicen que todo tiene un sentido y se acogen a creencias o intentan usar su razón y encontrarle a la vida un sentido que sea útil para todos nosotros, un por qué al hecho de estar aquí. Yo no me lo creo. No me creo ná. Sencillamente creo que estamos aquí, sin más, y punto.
Por eso, a veces asumo riesgos y empiezo a jugar al excéntrico juego de:
A ver si me hago daño.
No solo buscando el dolor que puede sufrir alguien que se bate dentro de un ring la supremacía de su dentadura, luchando para que prevalezca cuantos más dientes mejor en el interior de la cavidad bucal, o cuando uno de esos futbolistas de los que le gusta “el contacto” no para de buscar en el rival golpes, insultos, puños y a veces incluso sangre.
Pues no.
No soy como ellos, porque ellos saben y son capaces de ir a dar un abrazo al rival cuando suena el timbre o tras silbar el árbitro.
Ojalá yo pudiera ir a abrazarte después de jugar a hacerme daño, o pudieras romperme los dientes como a un mal púgil y conservar para ti una sonrisa en mi encía huérfana.
Sin embargo, cuando juego a hacerme daño, si me lo hago, no sé abrazar ni perdonar que me hayas saltado un par de muelas y por eso no quiero jugar más.
Puede que resida en la diferencia de, que cuando juego a hacerme daño, tú no eres rival sino compañera y sufro cuando no encuentro la opción de anular el fuego-amigo y acabamos disparándonos a matar hasta estar completamente empapados de la sangre del otro como si fuera una película de Tarantino.
Sé que de momento voy bien, ganándome a mí mismo, pero temo la hora de chocar y sufro pánico al siniestro total. Tras diez vueltas de campana saldré intacto y por mi propio pie del amasijo de hierro. Y no será la primera vez que, a pesar de no mostrar heridas, estaré destrozado por dentro.
Porque dicen que todo tiene un sentido y se acogen a creencias o intentan usar su razón y encontrarle a la vida un sentido que sea útil para todos nosotros, un por qué al hecho de estar aquí. Yo no me lo creo. No me creo ná. Sencillamente creo que estamos aquí, sin más, y punto.
Por eso, a veces asumo riesgos y empiezo a jugar al excéntrico juego de:
A ver si me hago daño.
No solo buscando el dolor que puede sufrir alguien que se bate dentro de un ring la supremacía de su dentadura, luchando para que prevalezca cuantos más dientes mejor en el interior de la cavidad bucal, o cuando uno de esos futbolistas de los que le gusta “el contacto” no para de buscar en el rival golpes, insultos, puños y a veces incluso sangre.
Pues no.
No soy como ellos, porque ellos saben y son capaces de ir a dar un abrazo al rival cuando suena el timbre o tras silbar el árbitro.
Ojalá yo pudiera ir a abrazarte después de jugar a hacerme daño, o pudieras romperme los dientes como a un mal púgil y conservar para ti una sonrisa en mi encía huérfana.
Sin embargo, cuando juego a hacerme daño, si me lo hago, no sé abrazar ni perdonar que me hayas saltado un par de muelas y por eso no quiero jugar más.
Puede que resida en la diferencia de, que cuando juego a hacerme daño, tú no eres rival sino compañera y sufro cuando no encuentro la opción de anular el fuego-amigo y acabamos disparándonos a matar hasta estar completamente empapados de la sangre del otro como si fuera una película de Tarantino.
Sé que de momento voy bien, ganándome a mí mismo, pero temo la hora de chocar y sufro pánico al siniestro total. Tras diez vueltas de campana saldré intacto y por mi propio pie del amasijo de hierro. Y no será la primera vez que, a pesar de no mostrar heridas, estaré destrozado por dentro.
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